Una voz enigmática de tonos distorsionados. Un ritmo lento,
justo lo que esperarías oír en bandas de rock islandés. Los extraños sonidos,
vacuos de viaje, el clima gris y de resentimiento. Riffs bien administrados. Y
canciones que suenan bien, homologas, ninguna se destaca de otra, es un trabajo
puntual y cojonudo. El sonido es sucio y
endemoniado, medio alcoholizado, por darle un adjetivo. Las canciones duran un
promedio de cuatro minutos. Después de unos pocas reproducciones lo más
probable es que asientas con la cabeza en clara apreciación a la amenaza insistente
y persuasiva que produce esta música. El sexteto con sede en Reykjavik apremia
sus narraciones liricas en la tierra de un ambiente frio. El resultado es un
cuarto disco venenoso, el seguimiento de la maldición, destruida la vida y la
sangre. Todo ello muy recomendable.
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