Libro del mal amor- Fernando Iwasaki





Hace unos días terminé de leer el libro de Fernando Iwasaki que lleva por titulo Libro de mal amor, el cual hace alusión al titulo del Libro de buen amor.
No es la única referencia que nos da Iwasaki a lo largo de la travesía de fracasos amorosos que narra de forma sumamente jocosa en cada capitulo.
Desde Carmen hasta Itzel, transcurren cerca de 13 años, donde el protagonista por alguna u otra razón no puede concretar un amor.
Me encanto el libro, de principio a fin. Leerlo fue una experiencia enriquecedora, no paraba de reírme con las situaciones del protagonista. Otro punto a destacar es cada referencia a otras obras literarias, además de pintores, y poetas de siglos pasados.
La editorial Alfaguara a mi juicio tiene en su baraja de autores a pésimos,  regulares, buenos y excelentes escritores, yo pondría a Iwasaki entre un buen y excelente escritor, necesitaría leer otro libro para saber en donde ubicarlo, lo que sí les puedo decir es que en el libro de mal amor, cumple cabalmente mis expectativas, ya que entretiene, te hace imaginar la situación,  es original y el final fue de lo más gracioso, y por si fuera poco escribe de una forma fluida, cada capitulo parece ser un cuento.

Estilo 8
Historia 9


Fragmento

Al año siguiente me enamoré hasta los tuétanos de una niña llamada Marisol, pero a su lado me sentía torpe, aburrido y patoso. Además, a Marisol la cortejaban otros chicos mayores que yo y que por lo mismo le atraían más. Creo que nunca le dirigí una palabra, limitándome tan solo a observarla y a preguntarme qué vería en esos tipos que eran más fuertes, más altos, más seguros de sí mismos y que, además, fumaban, juga­ban vóley, estacionaban los coches de sus padres e incluso bebían algún Cuba Libre a escondidas. Lo averigüé la última noche, durante la fiesta de despedida de la temporada. Marisol bailaba con todo el mundo y yo me sentía tan pasmarote que ni siquiera pude sostenerle una mirada suplicante. En eso empezaron a oírse las primeras can­ciones de Bread y asumí que más valía morir en el intento, así que me armé de valor y la saqué a bailar. Recuerdo que resopló con desgano y enfilamos hacia la pista, pero no llevábamos ni dos minutos bailando cuando las carcajadas retum­baron en el salón. Como solo había visto bailar a los personajes de los dibujos, tenía mi mano izquierda en su hombro y la derecha extendida cogiéndole la mano, mientras movía la cadera como si meneara el famoso guatusi de Pedro Picapiedra. Marisol se fue a su silla y yo a mi cama. Ese verano también se habló de mí.
Nunca como entonces me preparé tanto para unas vacaciones: aprendí a bailar y a tragarme el humo de los cigarros, practiqué vóley y paleta playera y, finalmente, conseguí que mi padre me dejara encender el viejo Ford Falcon. Pero el verano se acercaba y un día mamá encontró un pretexto irrefutable para no ir a Playa Hondable: los zancudos y mosquitos picotearían golosos a mi hermano recién nacido. Si mamá no iba tampoco irían mis hermanas y todos mis sueños se habrían ido al traste; mas papá decidió que Gonzalo, Miguel y yo ocupáramos el bungalow durante el verano para que el resto de la familia pudiera disfrutarlo los fines de semana. Mejor no podía haber resultado.

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