México : Dríada, 2004
¿Existe un concepto de calidad educativa? La respuesta que
nos brinda el autor, es que si este concepto tiene algún rigor epistemológico lo
encuentra en el saber fenoménico. Ahora bien, cualquier concepto
que intente ser enmarcado en el ámbito educativo y con mayor razón cuando se
utiliza para instaurar prácticas y cambios administrativos, deriva en el
pragmatismo de la vida. Ese proceder primordialmente basado en las características
seculares del lenguaje, implica que la sociedad asuma un determinado enfoque de
racionalidad como convención social, para lo cual es imponderable que ese
sistema de ideas devele una variedad limitada de fines posibles. Teniendo un
proyecto que esconde fines alternativos, incorporados a la perspectiva
ideológica, esto tiene relación directa con el consenso de racionalidad al que
se llega desde los actores políticos, recordemos que el concepto de racionalidad,
formula la relación entre medios y
fines, elegidos conforme a un premeditado sistema de significados, ideas o valores,
por lo tanto, es entendible que la elección racional sea instrumental y esté guiada
por el resultado de la acción.
En la actualidad, principalmente en los países subordinados
a las políticas del FMI, lo que menos importa es el óptimo social o las
expectativas de una educación con tintes éticos o epistemológicos. Esto es así
porque interesa más el consumo acrítico de productos estandarizados o de
servicios provistos por internet, aun cuando la burocracia es quien legitima
contenidos y acciones dictadas por una élite enquistada en el poder. ¿Cómo sucede
esto? En una primera instancia, el papel que juegan los “intelectuales” viene a
proveer de legitimidad a las acciones gubernamentales, aduciendo que las
medidas que ellos toman, son impostergables. Cuando se exhiben a las
instituciones en un estado de crisis, se les debilita para que los cambios
administrativos de corte neoliberal accedan a la apropiación directiva de la función
burocratica, haciendo que cualquier dependencia pierda la autonomía ante un
Estado evaluador, inquisidor de los agentes y formulador de cambios “urgentes”.
En este sentido, el autor habla de que la opinión del intelectual influye cuando
así lo resuelva el que decide. Cuando ese sujeto que se encuentra colocado en
la estructura del poder, actua invisible si es de rango bajo en la escala de
poder, y procede visible o dando la cara cuando representa el principal apoyo
de la posición gubernamental, quien a su vez le dota de indispensabilidad
técnica. Es bien conocido, en el ámbito de las relaciones de poder, el
intelectual o el ingeniero dependen en lo fundamental del ingreso, he ahí un
factor para supeditarlos. De no ser así, existen operativos para la vigilancia puntual
del burócrata. Hugo Rodríguez Uribe plantea algo con lo que coincido, y esto es
que regularmente se presentan manifestaciones del autoritarismo, si como se ha
de entender, se dispone de un marco legal que limitadamente coopta la decisión,
pues es comparativamente más fácil oprimir a una masa que actúa al unísono, si
bien se pueden advertir sus movimientos, que administrar la pluralidad de
puntos de vista y acción. Tal cuestión reviste importancia si consideramos que
las decisiones sobre la calidad de la educación tienen origen en la cúspide de
una secretaría de Estado.
Además se habla de que la burocracia suele estar colocada en
el primer peldaño de la pirámide, por lo anterior, si no estamos supeditados a
la autoridad, de alguna forma, constamos subyugados a la tiranía o al autoritarismo. Ejemplo de esto, lo dictan
los cánones de la evaluación.
Rodríguez acota que la
evaluación responde a un tipo de inclinación o de interés capitalista, es decir
que lo que se enseña está en concomitancia con lo que se aplica en el medio laboral.
De ahí que la evaluación tenga efecto en cuestiones meritocráticas o liberales,
es decir que se privilegian habilidades que se consumen en escenarios de
trabajo (pág. 257)
El concepto es en sí mismo complejidad, es por tanto objeto
de evaluación para confirmar su rigor epistemológico. Algo que se subraya en
este libro es que no existe un acuerdo de qué es la calidad, y las definiciones
solamente contribuyen a expandir el significado y la aplicación de normas.
En una parte del libro, Rodríguez atiza buenas preguntas, me
han gustado estas:
Si el criterio que sirve como referente de la valoración de
la calidad o de la evaluación se origina en el objeto a evaluar, ¿qué es
exactamente esto último? ¿Puede ser un corpus de teoría?, ¿el modo como nos
aproximamos a éste?, ¿el objetivo de aprendizaje?, ¿la mediación didáctica?,
¿la naturaleza de lo aprehendido?
El autor se ocupa en recrear las necesidades sociales e
individuales, áreas de formación y sus nociones básicas de otros autores, como
Habermas o Hegel, también se toma un tiempo para criticar a la psicología cognitiva
de Piaget.
Al principio del libro toca los primeros años de la educación
escolástica en México y hace un breve recorrido por el proyecto educativo de
Vasconcelos.
Cuando empecé a leer el libro, tenía ciertas aspiraciones
intelectuales que no se cumplieron, pues aunque por momentos hace un análisis correctivo
de varias teorías, el total del trabajo reflexivo se tiende a perder y no
aporta mucho.Sin embargo, no he podido encontrar otro libro que intente analizar
la epistemología que supuestamente debiera de tener el concepto de calidad
educativa, mientras tanto puedo decir que es un esfuerzo loable pero
perfectible.
Contenido académico: 8 Estilo explicativo: 7
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